miércoles, 21 de octubre de 2009

Llanto por la ausencia de unos ojos azules o El ramo azul 2

A veces te veo en los ojos de esa muñeca antigua que conservaré siempre intacta en su belleza Eterna. Eterno plástico anterior a las masas, plástico primigéneo, plástico "a priori", puro, divino, sin par. Ya no se fabrican muñecas así. Mi muñeca de ojos azules como los tuyos tiene una guitarra eléctrica sin cable, lleva un vestido a rayas azules, amarillas y verdes años cincuenta, a juego con unos zapatos azules y —cómo no— con tus ojos que miran permanentemente de reojo. No puedo cojerle la mano a la muñeca, como tampoco pueden sus ojos —nunca lo harán— mirarme de frente. Así que pruebo con las palabras. Pero tampoco las siente. Cuando me encuentro a tu perro no sé si acaricio a tu perro o a la idea de él. Lo veo venir ¡Ah! ¡Es tu perro! Y corro hacia él, y él se acerca a mí, me relame todas las manos, y hasta a veces los pies. Otras, sólo me reconoce con tristeza o timidez, y se retira rápidamente en su rincón, ya no quiere jugar conmigo. Tu perro y sus tacas negras. Me gusta el negro intenso. Es algo parecido a la pureza. No a la pureza del blanco y sus manchas semi invisibles, sino a la de lo concentrado, como tu pensamiento cuando esperas el autobús, o te quedas absorta en el exterior de una ventana. El negro sí, ese no se me escapa.

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