sábado, 4 de julio de 2009

Taxis, juventud y guitarras

La humanidad, aunque suene straussiano, está compuesta de géneros, y el de los taxistas es uno. Un paseo en taxi es caro, pero a veces, sólo quizás una vez por estación (en invierno, por ejemplo, que hace mucho frío y es engorroso tener que esperar el bus nit, que pasa cada veinte minutos) háganlo, cójanse un taxi y disfruten del trayecto. Puede que el taxista sea tímido, pero si usted está abierto y gusta de una buena conversación, no dude de que la tendrá. Un paseo en taxi es una charla garantizada, una terapia conductivista efectiva. Uno se sienta, dice donde quiere ir, y después de hablar del tiempo que hace y de lo rápido que pasa el tiempo, surgen cuestiones de capital trascendencia en la vida de una persona. Por ejemplo, una vez cogí un taxi de noche, era un día que mi ánimo no es que estuviera especialmente receptivo ni mucho menos alegre, pero el taxista me cayó bien enseguida. Porque después de comentar el volumen poco corriente del taxi (era uno de estos grandes que yo pensé que iba a salirme más caro, pero no), el monólogo desencadenó en conversación, sobre los quehaceres de la juventud, sus salidas de noche cuando él tenía veinte años e iba con unos amigos a un bar donde tocaba un guitarrista que tocaba a lo Bob Dylan. El taxista pertenece a un grupo poblacional desplazado, muchas veces formado por ex-empleados insatisfechos con el jefe o la plantilla, que, en última instancia, se disponen a ponerse delante del volante solos, con muchas horas vacías y silenciosas de extenso asfalto. Tiene algo de western. Horas que se llenan con pasados. El pasado de mi taxista me llenó la noche, y el tiempo, que pasa tan deprisa, se convirtió en oro. ¿Iba yo a cumplir dentro de poco cuarenta años y a sentarme delante de un volante?

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